Literatura

Clica.

martes, 14 de abril de 2009

GORDO


No es lo mismo una raya que una bola. No emite el mismo mensaje una loncha de jamón cocido que un bocadillo de lomo en manteca. No da la misma impresión una señorita sílfide que una morsa del Ártico.
No es lo mismo ser gordo que no serlo. Ser gordo es arrastrar de por vida una justificación; es pedir disculpas volviendo la mirada hacia otro sitio.

De pequeño, como aún no has visto bien a los otros, no sabes qué te quieren decir cuando los niños del colegio te clavan el índice en la barriguita -aún tersa-; y tú te ríes -un poco con el entrecejo hacia arriba- y corres detrás del que te ha apuñalado digitalmente, creyendo que es un nuevo juego y… ¡tú la quedas!; corres sin malicia; corres rápidamente, incluso. Pero ya has sido objetualizado, transformado en carne de cañón, convertido en pantalla de las risas y mutado en bolita rodante perseguidora.

Los otros van de cinco en cinco; con el paso de los días, adviertes que se parecen en algo. ¿El olor? No, no es el olor. ¿El pelo lacio? No, tampoco, porque hay uno que lo tiene rizado. Ni la altura; ni la distancia entre los ojos.
De repente, un buen día, uno de los otros te dice, a bocajarro, que eres un gordo. ¡Gor-do! ¡Gor-do! ¡Gor-do! te entra por los oídos y ahora intuyes que la risa con el entrecejo hacia arriba ya no procede. No sabes muy bien por qué, pero no procede. ¿Has hecho algo mal? No, aparentemente. Entonces, ¿de qué se ríen? Algo va mal. Finalmente, comprendes que tu volumen no está dentro de lo normal, no es el volumen de los otros, el perímetro que los otros tienen. ¡Plaf! ¡Eso era! Los otros se parecen en que son más bien una raya. Tú eres más bien un huso; y no eres una bola gracias a la altura que heredaste de tu familia materna, en la que casi todos tus primos son muy altos. Pero sí eres gordo. No obeso, pero sí gordo. Definitivamente no eres una raya, como los otros.

En el instituto te percatas de que, después del verano, tus compañeros regresan más morenos, con la misma cara pero más bajos. ¿Más bajos? No pueden haber menguado en tres meses. Lo que pasa es que tú estás más alto. Más alto, sí, pero sin ser una raya. Sigues siendo un huso. Da igual: los otros son una raya, pero se están quedando bajitos. A las niñas no parece importarles que tú seas un poco un huso, porque eres ocurrente. Pero los otros siguen tocándote con la punta del índice la barriga. Ya no corres detrás de ellos con la sonrisa limpia: ¡hasta ahí podíamos llegar! De eso nada. Correr es algo que, realmente, nunca te ha pedido el cuerpo. Además, ya hace tiempo que sabes perfectamente que te tocan la barriga con el índice para crearte ese malestar, esa inseguridad inmediata que ineludiblemente consigue amedrentarte en tus actos y tus palabras.
Después de sentir que un índice se ha hundido suavemente en tu barriga, tu actitud no vuelve a ser la misma durante horas; incluso durante un día entero. Los otros lo saben, y siempre hay uno que se atreve a pulsar ese botón, ese interruptor que cortocircuita absolutamente tus lazos neuronales, descargando en tu cerebro y en tu corazón una oscuridad densa y cruel, un runrún entreverado de vergüenza y miedo. Gor-do; eres un gor-do; eres un gor-do… Un gor-do.

En la facultad, sin embargo, te va bien con las mujeres. Incluso has entrado en la tuna y parece que lo de las chicas se te sigue dando bien, a pesar de ser un huso y no una raya. Entonces va una tía y te dice, en plena contemplación del hemisferio del amor, que no le importa que estés rellenito, porque se lo pasa pipa contigo en todas partes, incluída la cama. ¡Y tú ves cómo arden en una pira de dolor y envidia todos aquellos que hundieron su índice en tu barriga! Aparecen ante tus ojos sus cuerpos, mutilados por la rutina y el fútbol en exceso; sus feas caras delgadas y sus menudos cuerpecitos de raya asténica sin nunca nada que decir que sea mínimamente inteligente, chapaleando en un mar de inconsistencia, de delgadez inerme, de dolor.

¡Oh, qué arma inconcebible la propia imaginación! ¡Qué Cyrano redivivo cuando un pavo te toca la barriga y, tras toser y carraspear con su cabecita gomosa, tan sólo acierta a decir, con la media sonrisa que tienen las rayas simples, “¡cómo nos cuidamos…!” Y entonces todo tu ser se pone en marcha; el pobre otro ha organizado sin saberlo una cruzada a Palestina. Y le dices “¿Sólo eso? ¿Para eso te atreves a rozar mi glorioso cuerpo? Eso que has tocado, querido, no es sino una prolongación de mi hemisferio izquierdo. Deberías momificar tu mano, y así tus nietos podrán decir que su abuelo tocó en vida una sucursal del Universo. Los Doce Pares de Francia vienen a postrarse ante mi basílica; agacha, pues, tu cerviz…”

No hay nada tan temible como un hombre ocurrente. Cuando, además, sus resortes saltan entre la Épica y la Lírica, los plebeyos se aterrorizan. Han sido decenas los otros vapuleados en público. Jamás vuelven por otra tunda. Y siempre me pregunto por qué lo hacen. ¿Por qué? ¿A qué responde ese ansia por poner de manifiesto lo que de por sí ya es evidente? La única respuesta posible es que los gordos damos algo de miedo; somos como osos de peluche gigantes a los que los otros niños –los otros- tienen que tocar en su centro para asegurarse de que no les vamos a atacar.

En ocasiones (pocas, pero las hay), llega El Día de La Venganza. Uno cumple los 40 años; se separa de su mujer; y, de repente, decide cuidarse. Al principio, extrañado de sus propias costumbres, empieza a cambiar sutilmente la alimentación. Un buen día, sin sospecharlo, se da cuenta de que hace meses que no come carne. Luego, se apunta a un gimnasio, y además, acude regularmente a dejarse allí los hígados. De repente, y pasado un verano larguísimo, se encuentra con algunos conocidos, con una reserva de los otros, y, sorprendentemente, nadie te clava el índice en la barriguita. Es más, te preguntan, molestos: “oye, tú has adelgazado?” “Sí: he adelgazado; pero tú no has crecido, no?. Además, mantengo todo mi rizadísimo pelo; blanco, pero intacto. Desde luego, tú no puedes decir lo mismo. Vaya calva!”

El otro permanece callado; algo triste, quizás. No tanto como puede entristecerse un niño de siete u ocho años cuando lo excluyen del grupo por una sencilla característica genética; pero se entristece, claro. Entonces, llega el momento del descabello; y, señalando el abultado buche cuarentón que le tapa sus famélicas piernecitas, añado: “Por cierto: cuando llegue el momento, que será en un par de semanas, vas a pedir que te pongan la epidural?”

Señalar la gordura de un gordo en voz alta, públicamente, es exactamente lo mismo que reírse de la cojera de un lisiado, bromear a costa de la abstinencia sexual de un divorciado o mofarse del pésimo maquillaje de una mujer maltratada. Habría que levantar una cruzada para castigar a esos miles de otros que han machacado impunemente, con el consentimiento de sus padres, sus amigos y sus profesores a los que somos o hemos sido gordos. Pero la bonhomía que los gordos tenemos nos impide hacer justicia. Además, es muy cansino. Y muy aburrido.

Dormid tranquilos, rayas; cerrad en paz esos inexpresivos ojos; dad sosiego a vuestras pequeñas almas: el oso grande es bueno; no os va a despedazar; no os comerá, por esta noche. Dormid y despertad en vuestro mundo asténico y oscuro, lleno de índices atemorizados y camisetas talla 38. El hombre grande y gordo, cuando hable cinco minutos con vuestras mujeres, hará que se pregunten en silencio de noche, a vuestro leve costado, qué vieron algún día, años atrás, en vosotros. Incluso alguna habrá que se asombre no por lo que creyó ver, sino por haber llegado a veros.


Eduardo Maestre.

4 comentarios:

  1. Jajajajajajaj, ostia tio, esta genial, tienes toda la razon, los niños son muy crueles, lo malo es que esa crueldad (sobre todo en las rayas) se desarrolla con el tiempo y ya forma parte de su ser,.....un abrazo.

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  2. En el apartado Editorial de tu blog, encontré un texto titulado "España necesita un nuevo Arturo", creo que es así, soy catalana-española y ciudadana del mundo, de padres andaluces, anti-radicalista y en contra totalmente de esa absurda independencia que tanto daño no está causando a los catalanes y la que nos puede causar aún mas....!a lo que voy!, me gustaría poder colgar en mi Facebook ese texto, me encanta, me siento identificada e indignada de que en Cataluña hay personajillos como el Sr Mas que lo único que esta generando en daño, espero no te moleste que lo ponga, si así fuera, sólo has de decírmelo y lo elimino. Gracias otra vez por llegar donde muchos catalanes no son capaces por motivos diversos a llegar. Saludos desde Málaga

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