Literatura

Clica.

viernes, 20 de marzo de 2009

CABRONES



Se reúnen temprano, si saben que te has acostado tarde; y logran que tu timbre resuene como una campana tibetana. Si llegan a intuir que te has levantado para esperarlos y abrirles la puerta, sencillamente no vienen. Todos tus planes quedan anulados, con la misma fuerte resolución que cuando tu padre ha muerto o han atropellado a tu primogénito: la rutina diaria queda disuelta taxativamente, sin ni siquiera plantearse que algo va a quedar por comprar o cocinar o limpiar.

Te abren la puerta de casa y la dejan abierta. Te sacan las macetas secas del balcón y las agolpan alrededor de la tele, encima de la mesa de cristal, debajo de las sillas. Entra otro cabrón que se había quedado abajo; pregunta si los resillones están mochetaos o tiene que bajar otra vez para subir el rodapié y darle con el fletá. No, esto lo mocheta Maoíto, que viene luego con el gotalé. Y Maoíto no viene nunca, ni luego ni nunca; porque Maoíto es un ente de ficción, una quimera, un Universal. Uno se pregunta si Maoíto es un resto de masonería verdadera, una contraseña de hermandad entre los cabrones. Pero luego se les mira a los ojos cuando te preguntan si les puedes llenar el cubo de agua y uno abandona la idea de que esta gente pueda recurrir a contraseñas.

El cubo de agua… Siempre tienes que llenarles un cubo con agua. Te lo acercan casi a ras de suelo, encorvando las espaldas y con la cabeza gacha. -¿Puede llenarme el cubo de agua?... -¿Entero?... -No, por la mitad, más o menos. Y uno abandona el ordenador, el teléfono, las partituras, la sístole o la diástole y coge ese cubo polícromo, acorazado de restos de yeso y lo mete bajo el grifo de la bañera; uno se hace cómplice de los cabrones; uno, con las gafas, se ha implicado en el destrozo, los golpes bestiales, las manchas de polvo, los mazacotes de mezcla indiscriminados.

-¿Usted es músico?... Ésa es otra: ven un piano, un violonchelo, una guitarra, laúdes, bandurrias, atriles, partituras; te ven sentado a un ordenador que suena una y otra vez entre martillazos y cascotes que caen como huyendo de la pared y, de repente, se paran en medio de la faena. -¿Usted es músico?... (–No: soy perista, te entran ganas de decirles.) -Sí, me dedico a la música, les contestas, como avergonzándote de ello. -Mi cuñao tiene un cojunto y se jarta de trabajá en verano... -Ya... -Y usted ¿qué toca? Eso es lo peor, porque a ver quién le dice que toco el cello. Al final me arriesgo: -Soy profesor de violoncelo. -Ah...Profesor. Me escudriña los ojos detrás de mis gafas con una expresión mezcla de conmiseración y reproche social y, girando lo que parece el rostro grita "José, súbeme mezcla!"

¿Quién puede sobrevivir con esta gente entrando y saliendo de la casa? Y, sobre todo, ¿quién puede vivir con la puerta del cuarto de baño sin picaporte, sin pestillo, con los cabrones llamando al timbre de una puerta que está abierta, metiendo mezcla y pidiendo limosna de agua en un cubo asqueroso?

Los cabrones te llenan de mezcla la cortina y les da igual. Cuando les dices que tengan un poquito de cuidado, te explican que es que la mezcla ha entrado por una rendija que quedaba abierta, como si la perogrullada causal les eximiera de la responsabilidad. Pero tú insistes en que tengan cuidado porque la puerta del balcón es nueva y la están haciendo polvo, y los cabrones te dicen que no te preocupes, que ellos limpian todo con una esponja antes de irse. -Ya; pero es que están cayendo cascotes en la ranura de desplazamiento de las puertas, y el aluminio se araña y luego... -No, pero usted no se preocupe, que nosotros le damos luego, antes de dar de mano, con la esponjita. Maldita esponja de los cabrones, con la que pretenden limpiar las diferentes formas de ver la vida que tenemos; asquerosa esponja con la que quieren borrar la línea divisoria que nuestro acento, nuestra distinta forma de mirar nos impone; esponjita cruel con la que soñarán diluir nuestro distinto timbre de voz, nuestro balanceo diferente al andar, nuestros gustos, nuestra idea de la mujer, del fútbol, de la conversación; siniestra esponja con la que querrán limpiar la vaga idea de lo que es responsabilizarse, hacerse visible, tomar conciencia y definir unos contornos que los hagan seres humanos, y no fantoches impersonales, niños eternos que lamen las pantallas de la tele para recoger las babas de los futbolistas, nopudosernopudoser-elfutbolesasí, y luego manchan las cortinas de rayas con mezcla. Mezcla de qué? Mezcla de sindicatos y chorizo, de fútbol y blasfemias, de bar de barrio y vídeosdeprimera, de impersonalidad y mala hostia. Mi casa no tiene un escudo del Betis, y lo que es peor, tampoco del Sevilla. ¿Quién coño me creo yo que soy, con las gafas? Y esa pedazo de estantería con tantos libros desordenados... Seguro que soy maricón, o si no, algo raro.

Algo raro, algo extraño. Somos ajenos, vivimos realidades diferentes. Mi gata Octavia y yo somos de una especie, y ellos de otra.

...Cabrones...





Eduardo Maestre, 1995.

1 comentario:

  1. Cuando Orwell-Winston dice en 1984 que la salvación vendrá de los "proles," es porque ni Orwell ni Winston conocen a estos. Yo los llamo "los que heredarán la tierra." Son los dueños del mundo, aquellos para los que toda la Tierra, y con ella todo lo que ésta contiene, ha sido creada, como un Parque Temático. Como los de BMW y su "¿te gusta conducir?" Otros que no conocieron la antigua N630.
    Amén a lo de Octavia.
    Un abrazo.

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